Jai Hindley logró mantenerse en lo más alto del Giro, dos años después

2022-12-21 16:04:40 By : Ms. Yoyo Cao

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A Jay Hindley le cabe el honor de entrar en el top ten 2022 de este mal anillado cuaderno por una actuación estelar, sólo una, pero que le valió un Giro.

Sí, lo sé, hay que decir que un Giro se gana en 21 días, salvando el día malo y marcando las diferencias en los buenos, pero es que el golpe de teatro de la Marmolada fue eso, tan escénico, tan al final, que el primer triunfo australiano en Italia -ni Cadel Evans fue capaz- pareció empezar y acabar en ese mismo instante.

Una igualdad lacerante entre los tres primeros ejerció el efecto contrario al deseado: Landa, Carapaz y Hindley se anularon hasta el punto que el desespero de la hinchada, al ver las mejores etapas pasar sin pena ni gloria, empezó a cundir

Fue el peor Giro de los tiempos recientes, esa es la verdad, una carrera que no le hizo justicia a ediciones antológicas que no tenemos tan lejos en el tiempo.

Se demostró una falsedad muy extendida entre los grandes organizadores que miden el espectáculo de una carrera por lo apretada que ésta llegue al final.

Pero no, muchas veces cuando la cosa anda tan igualada, la carrera se bloquea.

Y eso que Jai Hindley ganó una prometedora etapa en el Blockhaus, cuando aún formaba parte de un nutrido grupo de aspirantes.

Ese día, el australiano no ganó el Giro ese día, ni siquiera empezó a decantarlo, pero supo situarse en el grupo selecto.

La carrera haría lo siguiente, ir quitando miembros de ese grupo de cabeza, hasta el mismo Mikel Landa, que poco a poco fue perdiendo la pista de los dos mejores, mientras aseguraba el podio.

De esta guisa, todo quedó frente a Richard Carapaz, en un duelo que sin estar claro para el ecuatoriano, tampoco transmitía la sensación que Hindley pudiera descabalgarle.

Por eso lo que decimos de la Marmolada, por eso ese movimiento único con Lennard Kämna sentenciando un Giro el penúltimo día muy cerquita de la cima.

Un movimiento claro, certero, único y exitoso.

Así parece haberse resumido el triunfo de Hindley, sin querer despreciar el precocinado del mismo, las etapas en las que aguantó el tipo, siempre con Carapaz a tiro de piedra.

Para el australiano, el año en la cumbre creo que empezó y acabó ahí, pues en la Vuelta nunca estuvo en la pomada de la general, aunque sí en la pugna de alguna etapa

Aunque con el del Bora me surge otra lectura, más allá de este repaso somero a su campaña y es que dos años después de uno de los Giros más extraños de la historia, claramente condicionado por la pandemia, Hindley ha sido capaz de ganarlo en circunstancias normales, quitando la razón a aquellos que hablaron de Giro barato y esas cosas que, sinceramente, odio.

Nadie acaba muy arriba una grande por casualidad, Hindley lo ha demostrado, pero también es cierto que para el nuevo año, en este ciclismo de diez meses, esperamos un poco más, algo más de prestancia del primer australiano en coronarse en el Giro.

Imagen: FB Giro d´Italia

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No he podido ver en directo la carrera de Val di Sole del sábado, pero sí que he visto algunos pasajes y leído impresiones de gente y declaraciones de implicados, junto a las crónicas de una carrera de ciclocross en nieve que a dejado una lista de bajas importante.

Es difícil mirar con indiferencia a Iserbyt, dolorido en el circuito abandonando una carrera que le puede pesar en la lucha por la general de la Copa del Mundo.

Son costes, riesgos que hay que asumir en una temporada en la que todo está tan concentrado que te puedes quedar fuera en un mal paso.

Es cierto que ver ciclocross en nieve puede parecer atractivo pero que no es lo habitual, aunque casi todos los años acaba sucediendo que en alguna carrera acabe nevando.

No es lo mismo que te nieve por tema de meteorología en Flandes, donde la altitud no es mucha, a irte a Val di Sole, al Trentino, a buscar una nieve que seguro te vas a encontrar: más que nada es diciembre, a más de mil metros de altitud.

Leo muchos comentarios hablando mal de la apuesta de irse a Italia, que fue una carrera muy peligrosa, una pista de hielo, algo poco parecido al ciclocross que conocemos, a causa de la nieve.

Es cierto que la carrera fue una lotería, en cierto modo, pero una lotería en la que todos jugaron los mismos números.

El padre de Mathieu Van der Poel, Adrie, dice que su hijo corrió con miedo y que por eso no estuvo en el concurso por ganar.

Recordemos que hace un año, por esas fechas, en el mismo escenario, Van Aert ganó sencillo y las conclusiones fueron opuestas por no registrar, creo recordar, importantes bajas.

Van der Poel al final no quiso tomar riesgos, tenía miedo y es humano.

Dice su padre que no estaba contento con el recorrido, quizá Adrie debería recordarle a su hijo que él, cuando era pro, le gustaban las condiciones más extremas, recordándole cómo reventó un plante del pelotón camino de Andorra en la Vuelta 1991 a causa de un tiempo gélido.

En todo caso, no me parece bien que se critique la propuesta italiana, que si tiene que ser para que el ciclocross puede ser un día olímpico es un peaje que hay que pagar.

Mejorar siempre está fuera de la zona de confort, como llevar la prueba al helado lodazal de Dublín o la amable climatología de Benidorm en enero.

Hacer más grande este deporte obliga a sacarlo del Benelux y los circuitos que consideramos deben ser dogma en la modalidad.

Y lo digo yo, que a veces miro con nostalgia los recorridos de siempre en las grandes vueltas, sin embargo a diferencia del Tour, el ciclocross tiene margen de mejora y explorar nuevos escenarios va en el tren del progreso.

Ya se conocen unos cuantos maillots ciclistas para la campaña 2023, que empieza en más o menos un mes con el retorno del Tour Down Under, ojo tres años después, y la Vuelta a San Juan.

No es costumbre de este mal anillado cuaderno entrar en el detalle de cada uno de ellos, pero esta temporada viene con diseños que son realmente interesantes, y no todos por resultar especialmente innovadores.

Hace más de diez años los ingleses entraron marcando las líneas de lo que habrían de ser muchas de las cosas del ciclismo que conocemos hoy, desde la base del entreno y las recuperaciones, a la tecnología llegando a le estética.

El Team  Sky marcaba un antes y un después, desde sus mailots de Adidas, a los que vendrían con Rapha y finalmente Castelli, una delicia, de verdad que dio una vuelta de tuerca con la sustitución del rojo por el azul en el maillot cuando la petroquímica entro por la empresa televisiva.

En esta evolución llegamos a la pieza que acaban de sacar, un refrito de todo lo que estamos viendo en el pelotón: rojos, naranjas, degradados y rombos.

En este caso va a ser complicado distinguir un Bahrain de un Ineos, con la salvedad que el equipo de capital árabe tenía ya la patente de la base del diseño.

Me cuesta creer que gente como Ineos y los de Bioracer, garantes de la celeste belga, no sean capaces de un mayor grado de originalidad.

Hablan de «visibility fast», porque Bioracer te hace más veloz, cuando yo creo que el hecho que se parezca a otros entorpece la identificación.

En este sentido, sus rivales del alma tantos años, Movistar ha ido a mejor con los años, jugando siempre con el azul.

Imagen: FB Lotto Dstny – Maxime Van der Wielen

Entre Ineos y Bahrain me quedo con los segundos, al menos son los primeros.

Aunque figure en la lista de continentales, nunca miraré el Lotto como un equipo de categoría inferior.

Mientras se adaptan a la nueva categoría han sacado un maillot para 2023 que es un poco la evolución del que tuvieron en el pasado Tour con el patrocinio de Dstny, una empresa de comunicación corporativa.

Por cierto que si queréis ver a qué se dedica cada mecenas del ciclismo, mirad este hilo…

He recopilado en este hilo a qué se dedica cada patrocinador principal de 24 equipos masculinos. Todos los WorldTeam y algún ProTeam

Volviendo sobre el maillot de uno de los históricos del pelotón, me gusta, es sencillo, combina colores tan diferentes y sobretodo se les distinguirá en el pelotón, algo que muchas veces no creo que tengan tan claro los diseñadores.

Ya podemos ver las etapas de la Vuelta 2023 en Barcelona sobre el mapa y por ende empezar a frotarnos las manos ante lo que nos espera a finales de agosto del próximo año.

Como se sabía, una crono por equipos va a dar la salida a la carrera, catorce kilómetros de «bus turístic» por el centro de la ciudad.

Ojo que la Vuelta no había salido más que una vez desde Barcelona y en de ello han pasado sesenta años.

En la primera jornada se aprovechará el mar como escenario de salida, tomando la Vila Olímpica como kilómetro cero de la carrera.

Iremos hacia adentro del Eixample, nos cruzaremos con Arc del Triomf, donde los argentinos celebraron su mundial el domingo, y luego la Sagrada Familia, que sigue en obras, pero que se empieza a asemejar a lo que Gaudí tenía en mente.

Giramos por Diagonal y hacemos Passeig de Gràcia con otras joyitas como La Pedrera y rumbo a Plaça Espanya por Aragó

Como no podía ser de otra manera, la llegada se hace a los pies de Montjuïc, en medio de la Fira, con las Torres Venecianas y el MNAC al fondo.

Esa estampa es impagable y tan ciclista que no entendemos otro sitio para que la Vuelta acabe en Barcelona.

La siguiente jornada parte de una ciudad muy ciclista como Mataró, con un histórico velódromo y buena gente que hace mucho por este deporte, y acabará  otra vez a los pies de Montjuïc, donde un día esperamos ver otra vez la Escalada.

Dicen que más de 1000 periodistas de 28 países y casi 300 medios pasaron por la Vuelta el año pasado, por Barcelona, sólo para la salida, serán menos, pero seguro que merece la pena.

El retorno del ciclismo es la gran baza de este deporte que no deja de ser «low cost» respecto a otros.

“La salida oficial de la carrera será solo uno de los momentos en los que Barcelona será protagonista a lo largo del año. La Ciudad Condal también será escenario de otros hitos importantes relacionados con La Vuelta, empezando por la presentación oficial del recorrido, que tendrá lugar en el Palau de la Música Catalana el próximo 10 de enero. Ahí se conocerán todos los detalles de las 21 etapas que conforman la próxima edición” ha dicho Javier Guillén.

Allí nos veremos en unos días.

Charly Gaul, el famoso ciclista de otros tiempos, oriundo del Ducado de Luxemburgo, y más concretamente nacido en la localidad de Pfanffentnal, con data el 6 de diciembre de 1932, es decir casi 90 años, fue un corredor de los que dejaron huella en los anales históricos del deporte de las dos ruedas y muy particularmente a raíz de sus actuaciones sobresalientes en las altas cumbres.

Podemos afirmar que fue una estrella rutilante que brilló con cierta soltura en estas lides del pedal  cuando la carretera enfilaba cuesta  arriba, hacia la cima de turno. En su época la supremacía desplegada en esta modalidad podía paragonarse o ponerse en paralelo a la realizada en campaña por nuestro conocido representante español apelado Federico Martín Bahamontes.

Años más tarde, surgió en este campo y como escalador también nato el malogrado italiano Marco Pantani, que se mostró igualmente muy belicoso en los puertos de alta montaña. Campeones de esta índole no surgen así como así todos los días. Son estrellas que surgen de manera intermitente en el firmamento rutero.

Sabido es que este pequeño Ducado de Luxemburgo, situado en frontera al lado de Francia, Bélgica y Alemania, no era tierra de campeones. Como excepción cabía señalar a un tal François Faber, que se permitió el lujo de ganar el Tour del año 1909, y, años más tarde, a Nicolás Frantz, más popular en los ambientes ciclistas, que llegó a París como vencedor en las ediciones pertenecientes a los años 1927 y 1928. En aquel diminuto país, sin apenas tradición ciclista, surgió inesperadamente aquel famoso meteoro llamado  Charly Gaul, que pronto se hizo valer en los foros internacionales.

Para los que hemos tenido la oportunidad de seguir de cerca las hazañas vividas en aquellos tiempos de antaño, cuando el deporte de la bicicleta se valía más de la individualidad del individuo más los protagonismos colectivos, léase movimiento actual, nos es fácil recordar con cierto entusiasmo aquellas gestas un tanto heroicas escritas sobre el asfalto por los verdaderos esforzados de la ruta. Queremos hacer mención ahora de este corredor luxemburgués de excepción que en estas fechas precisamente son coincidentes con el décimo aniversario de su muerte acontecida en el 2005.

Cabe afirmar sin lugar a dudas que Gaul, con su estatura de un metro con 73 y un peso liviano de 64 kilos, fue y ha sido el corredor ciclista de más prestigio que ha dado el Gran Ducado, más que los mismos hermanos Schleck, compatriotas fugaces si se quiere.

Es razón más que suficiente el anotar sus dos victorias absolutas en el  Giro de Italia, y  una en el Tour de Francia, en un plazo corto de tiempo, entre los años 1956 y 1959, en su época pletórica dorada. Su carrera activa y básica se centró en el periodo comprendido entre  la temporada de 1953 y su final en 1965; es decir, traducido en trece años dándole a los pedales, una faceta que se encuadra dentro de la normalidad. En el compendio de este tiempo logró oficialmente 52 victorias que engrosaron a su historial, una cifra de todas a todas nada despreciable.

Ágil como una gacela cuesta arriba

El luxemburgués tenía una capacidad de resistencia admirable dentro de unos cánones de excepción. Cultivó severamente su mejor arma que era la montaña. En aquellos tiempos las altas cumbres diseminadas a lo largo de las pruebas de largo kilometraje tenían un peso específico incalculable y hasta decisivo. Los futuros vencedores se valían de aquel privilegio. Hoy, en cambio, el prisma de la contienda marca otros derroteros y otras estrategias. A Gaul, sí lo recordamos, daba gusto el verle pedalear, el contemplar  su marcha  frenética cuando atacaba sin piedad a sus adversarios más directos, imprimiendo sobre sus piernas un ritmo acelerado y sin pausa. Nuestro Federico Martín Bahamontes, su rival más contundente, sabía bien de sobras lo que Gaul alentaba cuesta arriba. Sin pecar de ser exagerados, diremos que los dos marcaron en este sentido un hito positivo y emotivo a favor del ciclismo.

El Giro y el Tour, su hoja de ruta

A Charly Gaul los cronistas le asignaron variados adjetivos o apodos de elogio. El más elocuente fue aquel cuya transcripción se transparentaba bajo el título: “El ángel de las montañas”. Dentro del esfuerzo que realizaba, aparecía con su rostro inmutable y pétreo que no delataba el dolor que sufría su físico cuando la carretera se enfilaba hacia la cima perdida de un puerto. Contemplar su ágil pedaleo y hasta al son musical de su ritmo constante, era un espectáculo único que no olvidaremos. Todo nos hacía imaginar que salvaba la distancia con sendas alas invisibles atadas a los pies. Era un espectáculo digno que daba cierta conmoción  para los que sentimos de cerca las grandezas que encierra este viejo deporte.

Por encima de todo, Gaul, aparte de ser un escalador excepcional, se desenvolvía más holgadamente en las carreras por etapas de largo kilometraje. Aunque sus prestaciones fueron ya conocidas y justamente divulgadas, destacó su tercer puesto en el Tour de Francia del año 1955, tras el francés Louison Bobet y el belga Jean Brankart. Consiguió, además, el Gran Premio de la Montaña, título que repitió al año siguiente.

El Tour que le fue más propicio fue el de l958, que venció sin paliativos sobre el italiano Vito Favero y el francés Raphael Geminiani, con victorias en las dos etapas de contrarreloj individual con meta en la cima del Mont Ventoux, y, días más tarde, en Dijon. Apuntamos, además de corrido, un majestuoso y victorioso recital llevado a cabo en el corazón de los Alpes, en la etapa que finalizó en Aix-les-Bains.

Recordamos también el protagonismo llevado a cabo por aquel dúo  denominado Bahamontes-Gaul, con una estocada certera lanzada en el collado de Romeyère, en la etapa Saint-Étienne-Grenoble. Fue en aquella memorable jornada en donde el toledano Bahamontes vistió la camiseta amarilla como líder del Tour, que llevaría con toda honra hasta París ante el pasmo de miles y miles de aficionados. Eso en el año 1959, un Tour que no se nos va de la memoria.

El Giro de Italia, con todo, fue una prueba siempre apetecida por el corredor luxemburgués. Dio la campanada en el año 1956, gracias a la célebre etapa de las Dolomitas, en la cual se afrontó el temido Monte Bondone. En aquella jornada dantesca hubo de todo: lluvia, granizo, nieve y desatadas borrascas de viento.

El resultado fue que más de la mitad de participantes abandonaron la contienda, incapaces de resistir las pésimas condiciones climatológicas. Gaul, el gran vencedor del día, pasó de ocupar una vigesimocuarta posición desdibujada en la clasificación general a conquistar la camiseta rosa que distinguía al líder, llegando a Milán en apoteosis. Tenía tan sólo 24 años. Volvió a ganar en 1959. Logró por dos veces ser tercero en los años 1958 y 1960, y un cuarto en 1961.

Abandonó quizá algo pronto el duro deporte ciclista: a los 33 años. Un anuncio cayó un tanto de sorpresa; sin hacer ruido, en silencio. Se puede afirmar para los que tuvimos la suerte de conocerle personalmente, que era, por encima de todo, un hombre sencillo y sin alardes de pedantería como les acurre a tantos otros, sumergidos en la fama.

Era un hombre modesto y a la vez impenetrable; con aquella frialdad que su faz reflejaba frente a los sufrimientos que le ofrecía la ruta. No se nos olvida su diminuta e inconfundible figura, cuando se perdía como una exhalación tras unas revueltas en acusada pendiente. Fui testigo afortunado, singularizo diciéndolo, como seguidor cercano a sus proezas ciclistas, especialmente en el Tour de Francia, que me compensó con un buen signo.

Charly Gaul, con sus recitales, nos mostró las excelencias que me ha brindado este deporte. Es para mí una satisfacción el haber podido plasmar, siquiera someramente, algo en torno a este campeón a todas luces un tanto singular y muy propio en sus actitudes.

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